INFORMACIÓN ÚTIL – INFOMACIÓN INÚTIL - SEBASTIÁN SACOTO ARIAS S. Y XAVIER MOREANO CALERO

INFORMACIÓN ÚTIL – INFOMACIÓN INÚTIL

Por: Sebastián Sacoto Arias S. y Xavier Moreano Calero

Fotografía de: @Azbest

En el ámbito de la consultoría, existen múltiples necesidades de empresas que requieren apoyo externo para alcanzar objetivos o metas que por algún motivo les han sido esquivos. Así, sea generar nuevas ventas, resolver un problema de satisfacción, cambiar la percepción de la compañía o enfrentar problemas sociales o comunitarios, para el consultor, el primer paso será siempre realizar un análisis de la información disponible para establecer un plan de acción.

Esto significa que de inicio debemos realizar un pre-diagnóstico, es decir, un examen inicial a través del rastreo de fuentes secundarias que nos permita orientarnos dentro del ámbito o problemática que abordaremos.

Utilizando una analogía médica, el pre-diagnóstico es el momento en que el doctor, después de revisar a un paciente y realizar un análisis inicial, está en condiciones de solicitar una serie de exámenes específicos adicionales para corroborar su hipótesis, antes de establecer un diagnóstico definitivo y hacer una prescripción. El pre-diagnósitco es necesario para orientar los esfuerzos y establecer las características propias de cada caso antes de intervenir.

De esta forma, además de la información que puede ofrecernos el propio cliente, las fuentes más inmediatas suelen ser los medios de comunicación, el internet y las redes sociales. Sin embargo, nos enfrentaremos siempre con un problema de inicio: ¿cómo discriminar entre qué nos sirve y qué no? La respuesta autoevidente sería: separemos lo verdadero de lo falso. Lo verdadero, los datos objetivos, nos conducirán a diagnosticar adecuadamente. Lo falso y tendencioso es muy probable que nos conduzca a hacernos una idea errada del problema. 


Fotografía de: @intuitives

Separar lo verdadero de lo falso, buscar datos objetivos para sustentar nuestras decisiones, es indispensable. Los seres humanos venimos haciendo este ejercicio desde siempre. Incluso comprometiendo nuestra supervivencia en cuán eficientes seamos al hacerlo. No obstante, el contexto actual es muy particular. 

El homo sapiens se valió del acumulado de su experiencia y la de otros para actuar en el mundo. Aprendió a recolectar información inmediata y sintetizarla, identificar y agrupar patrones, y construir sentidos, para después transmitir este conocimiento por medio de estructuras lingüísticas complejas. El lenguaje humano, de hecho, fue creado para permitir comunicarnos, intercambiar conocimientos y experiencias, dándole orden y predictibilidad a nuestro entorno. Por lo que tiene, de por sí, una vocación de verdad. 

He aquí el primer escollo. La comunicación se ha vuelto más compleja conforme ha pasado el tiempo, al punto de que los mensajes del habla natural comenzaron a ser modificados y resignificados por los nuevos medios que debían “simplemente” transmitirlos: pasamos de la voz a la escritura, a la imprenta, a la radio, al cine, a la televisión, a la computadora, al internet, a las redes sociales y los dispositivos portátiles… y la penetración de estos medios y tecnologías en la vida cotidiana de grandes grupos humanos, ha implicado profundos cambios en la forma de comunicarnos. 

Como en su momento dijo Herbert Marshall McLuhan, hoy, “el medio es el mensaje”. El medio condiciona al emisor en su expresión, al receptor en su manera de interpretar y modifica el contexto. De ahí que, por ejemplo, los medios de comunicación masivos se hayan convertido en un factor vertebrante de la sociedad globalizada, estableciendo valores y creencias; a pesar de que los mismos ofrecen, por naturaleza, información parcializada y poco objetiva que representa intereses específicos. 

El segundo problema es que, si bien el lugar central del mensaje ha sido ocupado por el medio, el puesto de la verdad ya no lo ocupa ni siquiera la mentira (que es justamente esa realidad distorsionada por los intereses en juego). Su lugar ha quedado vacío y, de hecho, todos podemos poner algo ahí según nos parezca. Vivimos una era que, parida al fragor del mundo unipolar y la globalización, la pirotécnica de la posmodernidad, el fin de las ideologías y los metarrelatos, se ha denominado como de la “posverdad”.

La posverdad es definida por la RAE como una “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. Por su parte, el Diccionario Oxford la califica como un contexto en que “los hechos objetivos tienen menos influencia en formar la opinión pública que las apelaciones a la emoción y las creencias personales”. Una época, entonces, en la que se rompe con el paradigma moderno de que la opinión personal, para ser válida y convertirse en conocimiento, debe ser demostrable, fundada en hechos objetivos y transmisible a través de argumentos racionales. 

Actualmente, las supersticiones (individuales o colectivas) tienen más fuerza que la desacreditada razón, y las creencias (imposibles de contrastar) importan más que la realidad. Por lo que es mucho más complejo referirnos a una realidad compartida, cuando prima un relativismo en el que todos los “relatos” o “verdades” son equivalentes. Por ejemplo, en el tema de la vacunación, la opinión de un médico o un catedrático universitario, vale lo mismo que la de un chamán o un ‘tiktoker’. De igual forma, un estudio científico vale lo mismo que un hilo de Twitter.

En este océano de opiniones todas iguales, la realidad es percibida y transmitida, individual y colectivamente, de forma apofánica. Klaus Conrad denominó como apofanía (en oposición a epifanía) a la llamada “consciencia anormal de significación”, es decir, un modo de ver patrones o conexiones en datos o sucesos aleatorios y sin relación. Sin embargo, las personas tienen la sensación –que está al borde de lo psicótico– de que saben exactamente que las cosas son así, como las perciben, como en una iluminación, y no necesitan ninguna demostración al respecto. Algo que no es menor si tomamos en cuenta que el pensamiento apofánico nos acompaña desde hace mucho, pues es el ingrediente principal del mito, las teorías del complot y las supersticiones en general.  

Además, somos bombardeados diariamente con cantidades gigantescas de información, mucha de ella de dudosa calidad o intencionalmente tendenciosa, sensacionalista o falsa (por ejemplo, las fake news); pero, antes de entrar en disquisiciones sobre la veracidad de los hechos, la mayoría de las personas prefieren consumir aquello que ratifica sus propias creencias. Mientras el trabajo con datos objetivos generalmente se restringe a la minería de datos o al análisis de big data, para comprender las preferencias de los consumidores. 


Fotografía de: @ralaenin

Como ejemplo, tenemos el uso que se hace de la comunicación y el marketing político, en los que no son importantes los hechos objetivos o el perfil de un candidato, pues es posible convencer al elector prácticamente de cualquier cosa, siempre que uno pueda acceder a los datos necesarios y tenga suficientes recursos en los distintos medios para imponer su relato. Definiendo una realidad paralela a gusto y conveniencia del interesado. 

Volvamos entonces a la pregunta inicial: ¿cómo discriminar entre lo que nos sirve o no cuando recolectamos información? Cuando nos acerquemos a una nueva problemática, lo primero será delimitar el ámbito a ser analizado, ya que definir adecuadamente el problema es el 50% del camino para establecer una estrategia de solución. Además, es necesario contar con herramientas que nos permitan recoger y a la vez distinguir los datos objetivos de las creencias que se encuentren disponibles y puedan ser analizadas, verificando y comparando la información obtenida para garantizar su consistencia. Es decir, es necesario ampliar nuestro criterio respecto a qué es útil y qué no al momento de iniciar el análisis, sin perder de vista la delimitación que hemos realizado.

Como desde los albores de la humanidad, la distinción entre lo verdadero y lo falso es fundamental, pero deberemos realizarla desde un punto de vista complejo. En nuestro contexto, para comprender lo que sucede en un campo o problemática, deberemos recolectar información inmediata y sintetizarla, identificar y agrupar patrones y tendencias, y construir sentidos a través de la convergencia y contraste de experiencias compartidas pero interpretadas de forma diferente por muchos individuos.

Al final, el desafío inexcusable sigue siendo diagnosticar adecuadamente, es decir, generar el sentido más auténtico y cabal que nos sea posible para poder tomar decisiones, esto más allá de que debamos partir de mentiras, apofanías y medias verdades.

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