¿POR QUÉ TOMAMOS BUENAS Y MALAS DECISIONES? - SEBASTIÁN SACOTO ARIAS S. Y XAVIER MOREANO CALERO

¿POR QUÉ TOMAMOS BUENAS Y MALAS DECISIONES?

Por: Sebastián Sacoto Arias S. y Xavier Moreano Calero



Imagen de: Sergio Roberto Bichara


Una decisión es la determinación o resolución que se toma respecto de una situación o cosa, sobre la que se debe hacer algo, y que resulta dudosa. Los entornos laborales público y privado nos aportan diariamente grandes cantidades de estas encrucijadas en las que nos vemos obligados a elegir, queramos o no, muchas veces sin tener certeza del resultado. Por ejemplo: ¿Qué acciones tomar para hacer crecer mi negocio? ¿Cuál de los problemas administrativos que hemos heredado debemos atacar primero? ¿Qué medio de publicidad me permite un mayor retorno de mi inversión?

No es un secreto que para tomar decisiones adecuadamente, es decir, para enfrentar la duda y la incertidumbre que implica la elección, deberemos utilizar una habilidad llamada pensamiento crítico y seguir algunos pasos: definir claramente el problema, analizarlo, detectar y valorar las posibles estrategias o acciones para resolverlo, implementarlas y luego evaluar los impactos. Así, dependiendo de estos últimos, sabremos finalmente si resultó acertada o no nuestra decisión, y contaremos con lecciones aprendidas que nos permitirán completar un proceso virtuoso.

Consciente o inconscientemente, con mayor o menor destreza, ponemos en práctica estos pasos en nuestra vida laboral constantemente, intentando que nos conduzcan al mejor resultado posible.

Aun cuando nos referimos a decisiones que podrían denominarse como “cuestionables”, es decir, que vistas desde una perspectiva son acertadas, pero desde otra serían erróneas o incluso poco éticas o inmorales; la brecha interpretativa se cierra en el momento en que el análisis se sitúa en el bienestar de quien decide, si este ha alcanzado el mejor resultado posible sin que dicha decisión lo perjudique.

Sin embargo, la certidumbre va de la mano con el acuerdo. Dicho de otro modo, si buscamos el mayor nivel de certeza para hacerle frente a la incertidumbre, esta debe ir de la mano con el mayor nivel de acuerdo posible, para evitar generar conflictos innecesarios. Por lo que el manido “el fin justifica los medios” no aplica como criterio de validez.

De esta forma, el tema no parece muy complejo: buscaremos que nuestras decisiones se respalden en el mayor nivel posible de certeza y acuerdo. Listo. Y, sin embargo, muchas veces nuestras decisiones no son acertadas a pesar de las previsiones, impactando negativamente en la consecución de nuestros objetivos o directamente condicionando cualquier posibilidad de alcanzarlos. Así, hemos invertido tiempo y recursos, ¡pero metimos la pata hasta la rodilla! Con poca o nula posibilidad de rectificar, perdiendo más de lo que se invirtió en concretar dicha decisión, pudiendo afectarse nuestra imagen y reputación, e incluso poniendo en riesgo nuestra supervivencia.

Por ejemplo, recientemente se han filtrado documentos internos de Facebook que ponen en duda algunas de sus decisiones corporativas, y que ilustran muy bien el punto. En determinado momento, la compañía habría desarrollado estrategias que apuntaban a su crecimiento, pero que generaron una afectación a la privacidad de sus propios usuarios, quienes, desde luego, no fueron consultados. Si bien la compañía alcanzó las metas planificadas, a la luz de los documentos y tomando en cuenta el predicamento y la afectación reputacional que afrontan, aquello podría haberse evitado con otro tipo de estrategias. Así, una decisión que parecía buena y que por un tiempo tuvo el resultado deseado, a mediano plazo termina por resultar perjudicial por no haber tomado en cuenta la posición e intereses de todas las partes involucradas.

Para cualquier actividad, el análisis para realizar la toma de decisiones, es decir, el cómo, cuándo y dónde vamos a invertir nuestro tiempo y recursos, debe partir desde un lugar seguro (al menos lo más seguro posible), lo que significa que debemos contar con la información adecuada y suficiente, o nuestros análisis y proyecciones serán un factor decisivo para nuestro fracaso.

En este sentido, en términos generales, si se ha transitado la senda de la toma de decisiones razonada, todas las “malas decisiones” comparten una característica que las hermana: parten de información insuficiente o de mala calidad.

Así pues, lo primero que debemos hacer antes de decidir es revisar la información con la que contamos: ¿esta se ha levantado técnicamente?, ¿se encuentra actualizada?, ¿es relevante?, ¿considera todas las perspectivas conocidas de las partes interesadas? Y, si no contamos con información suficiente: ¿cuál es el método más adecuado para levantar la información que necesitamos en el tiempo disponible para tomar la decisión?

Fotografía de: Scouts Caslu

Cuanta mayor información tengamos, o esta sea de mejor calidad, tendremos más opciones y mejores maneras de enfrentar cualquier problemática, y podremos decidir de forma más segura, reduciendo la incertidumbre. ¿Esto significa que no es posible decidir sin tener “toda” la información que haya disponible? No, de ninguna manera. La información necesaria dependerá del contexto y el tiempo que tengamos para responder.

En el mundo dinámico y globalizado en el que vivimos, donde estornuda China y se resfría Latinoamérica, la incertidumbre hace que nuestro entorno sea volátil y ambiguo. Esperar a contar con el 100% de información sobre un tema en particular, implica desconocer que para la toma de decisiones existe un tiempo limitado antes de que nuestras propias acciones, en vez de solucionar el problema, generen otros nuevos.

Así, podemos afirmar que más que “el conocimiento es poder”, lo correcto sería sostener que “el conocimiento es potencial”, ya que no sirve de nada si no es accionable en el tiempo oportuno o, como se suele decir, en el tiempo del mercado. Y es clave deducir, con la información disponible, con cuánto tiempo contamos para actuar.

Un ejemplo paradigmático de lo que anotamos es el Plan de Negocios. Antes, este instrumento era el punto de partida que nos ofrecía la información necesaria para iniciar con nuestra actividad. Sin embargo, elaborarlo implicaba mucho tiempo de reflexión, pues era un intento de abarcar la mayor cantidad de variables disponibles para establecer una estrategia exitosa y segura. Hoy en día, depender del Plan de Negocios puede hacer que choquemos contra el mercado, pues en el tiempo que invertimos en desarrollarlo, las variables claves para el éxito de nuestra empresa pueden cambiar.

En conclusión, las malas decisiones parten de análisis realizados con información insuficiente o de mala calidad, y si nos interesa alcanzar nuestros fines, debemos invertir en contar con información adecuada y suficiente en un tiempo oportuno. Si no, desde lo público o lo privado, no estaremos más que levantando el dedo ensalivado hacia el viento, para ver de qué lado sopla la brisa.

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